Allá, por inicios de los noventa, alguno de mis profesores había hecho un estudio sobre la relación de los partidos políticos mexicanos con el poder. Entre sus hallazgos,destacaba que el único que había logrado alcanzar y mantener el poder presidencial era el PRI, mientras los partidos opositores únicamente habían llegado a ser la voz de los inconformes, en contados espacios públicos.
Las reformas electorales más recientes de esa época habían abierto la esperanza de que eso cambiara pronto, de que las instituciones electorales ya no estuvieran controladas por el gobierno, hubiese mayores condiciones de competencia en equidad y se respetara el voto popular. Hubo quienes aseguraron que el sistema jamás iba a permitir que la oposición llegara al poder por medios pacíficos y democráticos.
Los temores de las cúpulas políticas y económicas, plagadas de corrupción y, por tanto, expuestas a sanciones severas si el PRI llegaba a perder su hegemonía se acrecentaron con el surgimiento de grupos clandestinos que comenzaron a tomar acciones de fuerza, pequeños grupos beligerantes que no fueron reconocidos oficialmente como guerrillas, pero actuaban como tales, culminando con la aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), aquel primero de enero de 2004.
Lo ocurrido años después con el EZLN ya es motivo de otro análisis. No obstante, en ese preciso año en que se llevaron a cabo elecciones presidenciales e intermedias, asesinaron a Luis Donaldo Colosio Murrieta y a José Francisco Ruiz Massieu, entre otros menos sonados, hubo un inédito connato de renuncia de Jorge Carpizo a la Secretaría de Gobernación, una explosión en un centro comercial de la Ciudad de México que nunca se aclaró del todo, pero se atribuyó popularmente a algún grupo guerrillero… ese año las conciencias de personajes y grupos opositores se removieron y todo comenzó a cambiar.
Comenzaron a ventilarse propuestas para hacer del recién creado Instituto Federal Electoral (IFE) un organismo ciudadano, autónomo e independiente del poder presidencial. Eso daba oportunidades a las oposiciones para continuar en la búsqueda del poder, dentro de los límites legales que establecía el sistema de partidos, disminuyendo el riesgo de un estallido social.
Las oposiciones, pues, pasaron de ser testigos, comparsas o hasta cómplices de un sistema corrompido hasta la médula a ser opciones reales en los procesos electivos. Se terminó la época en que un partido tenía mayorías legislativas aplastantes y el sistema tuvo que comenzar a ceder, dialogar y negociar. Las oposiciones de izquierda, por fin, pudieron ver el fruto de sus demandas, plasmadas en las leyes y las instituciones.
Esas oposiciones, que se dicen progresistas, hoy son gobierno, que encabeza un presidente que se ha desdicho de todo cuanto prometió en sus inicios como opositor y pretende volver a la época hegemónica, sin tener que dialogar ni consensar, simplemente imponer con base en una mayoría aplastante.
El papel de las oposiciones hoy, entonces, bien pudiera ser evitar que el país retroceda, que los logros en la transición a la democracia se vengan abajo. Quizá no puedan ganar la presidencia este año, pero sí tienen posibilidades de evitar la concentración del poder en los órganos legislativos.
Y para iniciados:
La senadora, Lucía Meza Guzmán, en las últimas semanas ha dado nota y ganado reflectores, a través de las conferencias de prensa convocadas por los partidos políticos opositores. Ha logrado que el propio gobernador, Cuauhtémoc Blanco, si no da explicaciones ni trasparenta nada, al menos tenga que responder a las preguntas de los reporteros. Hoy esta convocada otra conferencia de prensa por los partidos políticos. ¿Será que tienen otra bombita mediática preparada para volver a dar la nota?
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